Fue David Halperin, en ¿Cómo ser gay?, quien hizo que abriera los ojos a algo que, para variar, siempre supe sin saberlo: no hay los afectos. Es decir, hay una política de los afectos, una dramaturgia y unas prácticas hegemónicas, eurocéntricas, heteronormadas, de clase, raza, etc., que matrizan el modo en que nos afectamos y aquello que nos afecta. Matriz que hace de los afectos un lugar de verdad subjetiva, negándoles todo carácter performativo y político. Habría para esta matriz un único modo de experimentar lo que llamamos duelo, tristeza, alegría, dolor etc., etc. La experiencia queer desmiente esta pretendida universalidad o normatividad afectiva.