Cartografías errantes: el montaje del no-saber

Ana Hounie

 

I – Des vagues: Francia. Brasil. Montevideo, 2006-2013

Cuando Félix Guattari propone la idea de cartografía como modo de acompañar la aventura del pensamiento, lo hace con el sentimiento de estar  tomado por “olas que nos transportan, haciendo surf en la articulación de toda suerte de vectores de inteligencia colectiva”.[1]

La imagen de las olas se ensambla a aquella que Lacan atribuía a la poiesis de la intervención cuando advertía que su naturaleza equívoca no estaba hecha para ser comprendida sino para producir “des vagues”[2] (oleaje). Estas olas en su homofonía -que no es otra cosa que la música de la lengua- nos llevan por caminos errantes (di-vagations). Y son los recorridos por sendas laterales imprevistas, desvíos[3] y múltiples emplazamientos los que construyen cartografías dibujadas por los acentos pulsionales de quien anda, creando en el encuentro y desencuentro con otros, espacios para habitar. Precisamente, es en ese ámbito de disputa vital, plena de sentidos e inconsistencias, de convicciones e insignificancias, de permanencias y fugacidades, donde es posible que algo emerja como fruto y origen del quehacer colectivo y singular. Es que el abordaje del mundo es siempre un entramado de lo social puesto que nuestra misma constitución subjetiva lo es.

Asimismo, entendemos que diseñar cartografías apunta directamente al meollo de una problemática eminentemente ética puesto que se trata de la invención de estrategias para la constitución de nuevos territorios. Y este movimiento que se inscribe en el contexto de nuestro lugar en la polis, afecta necesariamente la práctica que ejercemos, que en el caso que nos ocupa resulta atravesada -siguiendo la metáfora inicial-, por corrientes del Psicoanálisis.

Hablar de ‘’corrientes” permite figurar mejor el “multicentrismo” y la “multidimensionalidad” que atañen al mismo, tanto sea para pensar los dinamismos ocurrentes en el espacio de la sesión, como para figurar las múltiples producciones que renovaron la teoría en nuevos agenciamientos de enunciación y atravesaron con fuerza incontenible instituciones, lugares y tiempos. Así pues, las corrientes del lenguaje como corrientes de la vida, desafían los reduccionismos que pretenden circunscribir el saber a un campo cerrado, a una única mirada que no atraviesa fronteras. La sujeción a un poder centralizado desconoce la inutilidad de concebir sistemas de cohesión, instituciones que controlen totalmente los procesos creativos.

Como propone Guattari, hay siempre una suerte de multicentrismo de los puntos de singularización en el campo de la creación que “tienen la suerte de poder inscribirse fuera del encasillamiento de los equipamientos colectivos” y agrega-realizando una afirmación sumamente atrevida-, que “ya no podemos decir que el psicoanálisis o la práctica clínica en general sean lugares privilegiados de lo analítico”.[4]

¿Pero y esto qué significa? ¿Podría referirse a un empobrecimiento de lo analítico producido por la globalización del mismo, o por el contrario, a su riqueza en la diseminación? ¿Acaso se trata de la cooptación de saber disciplinado fruto de la institucionalización de un psicoanálisis que finalmente asistiría al ocaso de su velo dogmático, o por el contrario lo vería iluminado nuevamente bajo una antorcha central?

Entiendo que la respuesta a ello encuentra otro registro lógico en el que situarse: fuera de las cuestiones valorativas y dicotómicas, supone considerar las características de nuestro tiempo en toda su complejidad, camino que implicará necesariamente la creación de nuevas cartografías para el pensamiento. En este tránsito, asumir la contemporaneidad resulta-como bien lo plantea Agamben- una “relación singular con el propio tiempo, que se adhiere a él pero a la vez toma distancia de éste[5].

Y como juntarse y distanciarse no son otra cosa que movimientos, esta mirada sobre el propio tiempo invita a recrear “intempestivas” formas de acercamiento a distintos órdenes de la realidad. Inventar cartografías en este contexto entonces será diseñar enlaces que inexorablemente resisten a los lugares de centralización o aplanamiento.

Si hay algo que resta a mantener en torno a una ética analítica contemporánea es precisamente ese lugar de resistencia que convoca a un encuentro con las tensiones que entraña el pensamiento colectivo entramado en lo singular. Y esta empresa tiene inexorablemente la fuerza del sacudimiento y de la sorpresa. Ligada a la creación, en tanto ésta es siempre “disidente, transindividual, transcultural”, ella corrobora la idea de que “las problemáticas inconscientes de la subjetividad no paran de afirmarse en el conjunto de los campos políticos y sociales” es decir que “el análisis habla de una problemática social que va mucho más allá del psicoanálisis propiamente dicho”. [6]

Las cartografías que propone Guattari se oponen a la lógica convencional de los conjuntos discursivos. Ellas responden a la pregunta por las transformaciones de la subjetividad en el campo social que figuran estratos de subjetivación heterogéneos, respetando la multiplicidad de interconexiones y líneas de fuga que en ese proceso de montaje. Su propuesta no privilegia alguno de ellos en función de vaya a saber qué coeficiente de cientificidad doctrinal sino que resalta su cualidad distintiva en términos de distintas posibilidades de semiotización frente a la complejidad de las diversas construcciones de la realidad.

Así dirá por ejemplo, que

si tomamos la manera en la que Aristóteles leyó el campo político, o Montesquieu las realidades políticas y sociales, o la forma en la que Marx leyó esas mismas realidades, no puede decirse que unas contengan más verdad o más realidad que otras. El modo en el que Homero leía la realidad que lo rodeaba—o Dante, o Goethe, o Proust— no podría ser confrontado como índice diferente de un coeficiente de verdad. Todas esas lecturas son absolutamente verdaderas, pues corresponden a una semiotización de realidades igualmente heterogéneas. A partir del momento en que se consideran las modelizaciones psicoanalíticas como compuestas de esa naturaleza —y no como elementos del orden de una pretendida realidad científica que estaría presente en todas las épocas y en todos los espacios—, la cuestión que se plantea es la de intentar captar su articulación y el tipo de mutación que implica su referencia, considerando, incluso, que los problemas de modelización permanecen completamente abiertos […] Cuanto más complejos se vuelven los modelos, menos se corre el riesgo de usar sistemas de referencia que sometan la sensibilidad a lo que ocurre.[7]

El uso el término “modelo” por parte de Guattari guarda la misma condición paradojal que la que se desprende del aforismo de Jacques Lacan: “hagan como yo, no me imiten”.[8] Es que abordar la complejidad, que no es ninguna complicación, es entrar en terreno de figuraciones de lo imposible, habilitadoras de toda suerte de ficciones. De ahí que la invitación es al ejercicio de una sensibilidad abierta a las singularidades de los distintos campos en los que la subjetividad se inventa y a intentar en ello de volver a una cierta perspectiva originaria, “no del freudismo” -dirá Guattari- “sino de la locura de Freud, de su genialidad, que tiene que ver más con el presidente Schreber que con el virtuosismo del psicoanálisis contemporáneo.[9]

Quiero retener esta idea: más cerca de la locura de Freud, más cerca de uno de los locos de Freud, más cerca de lo que la locura hace saber.

II – Montevideo, México, 2013-1935. La creación de caso. Una clínica del escrito

Cuando Raquel Capurro y Diego Nin se sorprenden ante el “pozo de silencio y olvido” producido por los escritos de la maestra Iris Cabezudo[10], como respuesta, se disponen a leer. Y también a escribir. Lejos de la operación por la cual la institución escolar nos impone una concordancia necesaria con el mundo del lenguaje, estos movimientos convocados por la pasión de saber resultan incitados por el no-saber, punto de suspensión del sentido, origen de toda invención.

Su escritura no se ajusta a una teoría de la locura aunque también la haya, ni a un relato dentro del relato -dimensión recursiva siempre presente en la construcción de caso-, aunque también lo haya. Lo que resulta en verdad remarcable, es que esta escritura en su carácter de montaje multidimensional se convierte en instrumento que promueve un pasaje, -por los puntos de fuga que ella deja-, a la posibilidad de nuevos montajes y desmontajes en el seno de lo social.

Como un bisturí de los que abren y cierran las heridas a la vez, el texto perfora la delicada membrana que envuelve el corpus social de un tiempo y un lugar acostumbrado a naturalizar los acontecimientos, habituado a cuidar que el interior del cuerpo al que cubre funcione sin problemas estridentes. En otras palabras, que no haga síntoma. Pero esa ilusión colectiva fracasa sin remedio pues nada cura a lo social de su malestar. Las voces de lo excluido suelen gritar con una furia tan salvaje como controlada pues la locura como muestra Foucault “no existe sino en una sociedad y no existe por fuera de las formas de la sensibilidad que la aíslan, y de las formas de repulsión que la excluyen o la capturan.[11]

Sujetadas por un sinnúmero de enlaces discursivos entramados, las formas de la locura que Iris hace surgir, conmueven los saberes de una ciudad en una época que los propicia y contiene. Pero como no hay sociedad sin fisuras, Extraviada resulta al mismo tiempo el relato de una sensibilidad colectiva en la búsqueda de hacer algo con su herida expuesta, puesto que ésta la ha consternado. De esta forma, se apela a una posición que no deja lugar para evasivas.

Ante el dolor de los silencios de una historia que como ciudadanos nos concierne, el texto abre un escenario multidimensional que vuelve a recrear el drama del origen del saber sobre la locura. Lo vuelve a parir, lo relanza en un movimiento que no tiene final, hasta el momento de su olvido. Lo hace con la misma potencialidad del inconsciente en tanto insistencia hecha de restos que componen la memoria extraña de las formas del olvido. Y esa composición, esa condición del montaje como construcción que une tiempos distintos, es la que nos hace hablar, repensar, crear.

Si como planteara Fortanet[12], para Foucault “la locura se sitúa siempre en el límite de los saberes, siendo su elemento constitutivo y a la vez silenciado”, el texto de Capurro y Nin crea una cartografía donde el múltiple entrecruzamiento de ellos en prácticas, discursos y enunciados habilita un pensamiento provocador. ¿Quién habla por la boca de Iris? Ningún saber consistente que es al mismo tiempo testimonio del ensamble en el que las imágenes de una época se  entraman en el contexto social. Los distintos discursos que conforman el poder psiquiátrico y jurídico, el poder político dictatorial, el de la información de la prensa, el de los dispositivos  judiciales, y los que muestran el horizonte cultural y económico de la familia de clase media que delinea roles y perspectivas, revelan el atolladero que comporta el enfrentamiento de las sensibilidades a lo que no puede ser pensado, lo que está fuera del sentido.

Porque la locura no tiene explicación, o mejor dicho, la locura es la de la explicación que cierra toda interrogante, abrir una forma distinta de lectura a “las formas socialmente devaluadas de la palabra”, aquellas con las que Iris Cabezudo no cesó de insistir, permite dar lugar al testimonio de una de las experiencias más dramáticas de la existencia humana, siempre pronta a ser  condenada a la segregación sistemática y por ende a su extravío.

Sin embargo, es precisamente la condición misma de la locura y del no-saber la que permite -para quien tome la apuesta- renovar la interrogación desde distintos lugares y tiempos, llamando a nuevas construcciones.

En el año 2007, Raquel Capurro escribía:

Leer esos escritos no parece reclamar más sentidos e interpretaciones sino quizá percibir, situar, localizar, lo fallido del saber que se construyó como un vano intento de suturar un agujero que dice de algo que no cesa de insistir no escribiéndose. Desde esa posición podemos leer los Escritos de Iris sin hacer nuestras sus certezas y colocando allí el necesario bemol de una vacilación. Lectura en el campo freudiano tras una verdad subjetiva comprometida en la fabricación de un saber fallido, lectura que concierne a los psicoanalistas pues toca el meollo mismo de nuestra práctica.[13]

Refiriéndose a lo acontecido en el año 2010 a partir de diversos ensayos producidos en la ciudad de México, continúa:

Al publicar este libro, retomando el movimiento de sus publicaciones anteriores, los autores entendieron que un público más amplio podría sentirse concernido por la experiencia de la locura que como una sombra acompaña a los humanos. Doce años después algo se puede decir de los ecos que esta vez suscitó Iris. “Quizá lo más elocuente sucedió en el campo de las artes. Dos artistas se encontraron conmovidas por el caso y, por las vías propias a cada una, lo hicieron retornar al gran público” Me refiero en el campo de la plástica a Virginia Patrone y en el de la dramaturgia a Mariana Percovich. Con un sesgo que tiene sus acentuaciones personales -¿podría ser de otro modo?- La versión teatral “Extraviada. Una tragedia montevideana” reinscribe de otro modo, “en la historia de la ciudad, la de uno de sus personajes, condenado a la vagancia intramuros por ese trato cruel que nuestra sociedad suele reservar a los locos”. Por ese camino, ella, mediante su lectura y su arte, coloca a cada espectador en posición de sentirse concernido por la locura y de preguntarse por el trato a inventar que requiere cada caso, allí donde los saberes desfallecen y las buenas voluntades no  alcanzan.[14]

No hay duda que el camino del arte es una vía princeps para tales movimientos, dejando ver lo no siempre pensado en el campo de la polis. Las ciudades crean distintas formas que alojan el decir, aún ése que es expulsado de lo adecuado, lo ideal, lo adaptativo. La propia experiencia analítica instaura un lugar donde lo roto, lo fuera del sentido, lo que pregunta, lo que repite, lo que golpea, lo que acaricia donde no debe, lo que llora cuando no puede; se dice. Incluyendo las formas del silencio. Y si al hacerlo éste se escucha, entonces también puede escribirse, pues escribir, como indicaba Clarice Lispector:

es usar la palabra como carnada para pescar lo que no es palabra. Y cuando esa no-palabra, la entrelínea, muerde la carnada, con alivio se puede echar afuera la palabra[15].

Si lo que llamamos “caso” indica la construcción, la historia que las palabras que lo nombran han inventado, Capurro y Nin echaron fuera la palabra conmoviendo  los silenciamientos discursivos al ofrecerla a nuevas reinvenciones. Los “ecos de Iris” señalan la permanencia de nuestra interrogante acerca de la locura que encarnada en la singularidad de alguien, revelando la puesta en juego de una incógnita, una “X” que persiste. La misma X que sustituyó a su nombre en innumerables actas cuya pretensión descriptiva y aséptica denuncia otra forma de locura: la de eliminar los efectos subjetivantes no sólo del nombre propio de Iris, sino de todos aquellos que insisten en hacer saber la experiencia loca de la que son testigo. Pero también es esa misma X, la que en este tiempo de hoy, resulta nuevamente con-movida.

 

III – Jordania, Israel, Montevideo: arte, política y psicoanálisis. 1948, 2004, 2013

Cuando Francis Alys se dispone en el año 2004 a realizar su obra La línea verde, se muestra “capaz de atravesar fronteras con una mezcla evanescente de visualidad, pensamiento y palabra[16]. En este montaje, Alys

recupera la calidad narrativa y teatral que alguna vez animó la representación cartográfica antes de que la ciencia borrara definitivamente las huellas de las rutas que los hicieron posibles, y los convirtiera en descripción muda, geométrica y abstracta del mundo.[17]

Su obra consiste en un paseo a través de Jerusalén a lo largo de la frontera del armisticio de 1948 entre Jordania e Israel, con una lata de pintura abierta que al gotear traza una línea verde.

El espacio que elige Alys es inmoderadamente político pero la caminata-relato elude el enunciado: el gesto ambiguo puede entenderse como una invitación a la negociación pacífica de un límite o como un llamado de atención sobre la naturaleza arbitraria, fatalmente efímera de cualquier frontera. Sólo dice: Atiendan. He aquí una línea verde. ¿Qué une? ¿Qué separa?[18]

 

En el magnífico Atlas de Arte y ficciones errantes de América Latina que construye Graciela Speranza, puede leerse:

En el video que registra la caminata, Alys avanza a paso sostenido chorreando la línea verde con una lata de pintura perforada, siguiendo una demarcación abstracta que la historia política de la ciudad ha desplazado, amurallado o atravesado con topadoras durante años de enfrentamientos armados. Camina por avenidas y rutas, atraviesa barrios precarios, rodea controles militares, sube y baja cuestas, impasible ante el desconcierto de israelíes y palestinos, que lo ven pasar absorto en su tarea ridícula. Va dejando una línea irregular que se afina o engrosa según el ritmo del paso y la textura del suelo, un dripping minimalista, obstinado, improvisadamente poético.[19]

Este acto que apela al gesto mínimo, incita a su vez,

un relato que pide infiltrarse en la historia oral local y propagarse como un rumor, un mito urbano: Un hombre alto y flaco, un extranjero, caminó por Jerusalem chorreando una línea verde con una lata perforada de pintura.[20]

Así, “el relato se apropia del blanco de la frontera y lo habita con la ambigüedad de las metáforas, último refugio inmaterial de una línea que alguien atravesó en un mapa.” “Aquello que el mapa corta, el relato lo atraviesa” escribe Michel de Certeau.[21]

La creación artística, recordando a Lacan en su teoría de la sublimación, es creación de vacío, redoblamiento de la ausencia de la que se emana, a través de la producción de un objeto que precisamente indica lo que no es. Cuando Alys vuelve a inventar una frontera, hace de la misma otra cosa y la relación con lo real como tal, se renueva. Esta poiesis instaurada en el seno de la polis, es quizás lo que lo lleva a titular su obra: La línea verde. A veces hacer algo poético puede volverse político y a veces hacer algo político puede volverse  poético.

No salvando las distancias sino acortándolas, trayendo este movimiento al poquito de mundo entero que pasa por la experiencia analítica, acerco estas interrogantes: ¿No es esta misma zona de tensión entre fronteras ficcionadas la que interpela los movimientos de la subjetividad errante? ¿No es este pliegue del espacio singular y colectivo, el que pone a trabajar lo heterogéneo, las notas distintivas? ¿No es en ese acto que diseñamos cartografías con fragmentos de relatos disponibles a un montaje de imágenes que revelan en un mínimo gesto su potencia? Y por último: ¿No son las murallas inventadas las que aíslan la locura del no-saber que nos concierne?

 

Otoño de 2013

 

Referencias

[1] Félix Guattari y Suely Rolnik, Micropolíticas, cartografías del deseo, Editora Vozes, Petropolis. 2005.

[2] Cf. Jacques Lacan, “La tercera”, en Intervenciones y textos 2, Manantial, Bs. As., 1991, p. 81.

[3] En el O libro das ignorâncias, el poeta Manoel de Barros figura maravillosamente el camino de los desvíos:

Descobri a os 13 anos que o que me dava prazer nas

leituras não era a beleza das frases, mas a doença delas.

Comuniquei ao Padre Ezequiel, um meu Preceptor,

ess egosto esquisito.

Eu pensava que fosse um sujeito escaleno.

-Gostar de fazer defeitos na frase e muito saudável,

o Padre me disse.

Ele fez um limpamento em meus receios.

O Padre falou ainda: Manoel, isso não é doença,

pode muito que você carregue para o resto da vida

um certogosto por nadas. . .

E se riu.

Vocênão é de bugre? – ele continuou.

Que sim, eurespondi.

Veja que bugre só pega por desvios , não anda em estradas –

Pois é nos desvios que encontra as melhores surpresas

e os ariticuns maduros.

Há que apenas saber errar bem o seu idioma.

Esse Padre Ezequiel foi o meu primeiro professor de agramática

Traducción: “Descubrí a los 13 años que lo que me daba placer en las lecturas no era la belleza sino su dolencia. Le comuniqué al Padre Ezequiel, mi preceptor ese gusto raro. Yo pensaba que era un sujeto escaleno. Que te guste crear defectos en la frase es muy saludable, me dijo el Padre. El hizo una limpieza de mis recelos. El Padre continuó aún: Manuel, eso no es dolencia, puede ser que tu cargues eso para el resto de la vida…un cierto gusto por las nadas…Y se rió. Tú no eres de Bugre? – el continuó. Que sí, le respondí. Vea que el Bugre sólo toma  los desvíos, no anda en las calles – Pues es en los desvíos que encuentra las mejores sorpresas y los ariticuns (frutos) maduros. Sólo hay que saber errar bien en su idioma. Ese Padre Ezequiel fue mi primer profesor de agramática.”

  1. De Barros, O livro das ignorâncas, Record Editora, Sào Paulo, 1993.

La traducción y las negritas son mías  No he encontrado traducción ajustada para el término “Bugre”.

[4] F. Guattari Félix y S. Rolnik, op. cit., p. 239.

[5] Giorgio Agamben, ¿Qué es lo contemporáneo?, 2006. Inédito. En: http://salonkritik.net/ Este texto, inédito en español, fue leído en el curso de Filosofía Teorética que se llevó a cabo en la Facultad de Artes y Diseño de Venecia entre 2006 y 2007.

[6] Guattari y S. Rolnik, op. cit., pp. 52 y 240.

[7] Ibid., op. cit., p. 247

[8] Cf. J. Lacan, op. cit., p. 81.

[9] Guattari y S. Rolnik, op. cit., p. 247.

[10] Me refiero a la construcción de caso que los psicoanalistas Raquel Capurro y Diego Nin llamaron “Extraviada” Puede encontrarse una versión on line del mismo con estas referencias: R. Capurro y D. Nin, Extraviada, Edelp, Bs. As., 1997. Disponible en http://www.e-diciones-elp.net/libros/ Este texto trata de lo acontecido en Montevideo cuando a principios de siglo pasado una joven maestra de clase media,-Iris Cabezudo- asesina a su padre. La no inculpación del hecho desde la perspectiva legal se entrama con la locura que se despliega desde distintos ámbitos  del corpus social. Luego de mucho tiempo Iris encarnará los recorridos sin rumbo que en su soledad, dicen de la devastadora experiencia de la locura sin lugar.

[11] Michel Foucault, Historia de la locura en la época clásica, t. 1, FCE, México, 1996, p. 168.

[12] Joaquin Fortanet, “En torno a la ‘Historia de la locura’; la polémica Foucault-Derrida”, Revista Observaciones Filosóficas, Nº 6, 2008.

En: http://www.observacionesfilosoficas.net/entornoalahistoria.html

[13] R. Capurro, “Tras las trazas y trazos de Iris Cabezudo”, en Revista de A.P.U., Vol. VII, Literatura y Psicoanálisis, Biblioteca Uruguaya de Psicoanálisis, Montevideo, 2007, p 92.

[14] Ibíd., p 97.

[15] Clarice Lispector, Notas sobre el arte de escribir, 2008.

En: http://www.ciudadseva.com/textos/teoria/opin/lispec01.htm

[16] Graciela Speranza, Atlas portátil de América Latina. Arte y ficciones errantes, Anagrama, Barcelona, 2012, p. 32.

[17] Michel De Certeau, The Practice of everyday life, University of California Press, Berkeley, 1988, p 121, citado por G. Speranza, op. cit., p. 26.

[18] G. Speranza, op. cit., p. 35.

[19] Ibíd., p. 34.

[20] Ibíd., p. 35.

[21] Ídem.

 

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