En las páginas de este número de ñácate, revista de psicoanálisis, el lector podrá recorrer un camino que va del masoquismo a Sacher-Masoch. Asunto paradojal en tanto varios de los trabajos que aquí se publican, destacan la invención por parte de Richard von Krafft-Ebing de la palabra masoquismo tomando como punto de partida el nombre, las novelas y hasta los corrillos de pueblo chico que giraban alrededor de Leopold von Sacher-Masoch. Esa forma, ese estilo de tratamiento del nombre propio, esa manera brutal de hacer con la historia ha sido denominada “operación Krafft-Ebing” y a ella se le atribuyen nefastos resultados sobre la obra del escritor austríaco -se ha hablado incluso de “derrumbe de su obra”, a partir de ese momento. Se podrá apreciar que sobre esta cuestión –y muy particularmente en esta revista- hay versiones y visiones disímiles: están aquellos que fundan en ese acto el borramiento de la obra del escritor austríaco, están quienes piensan que lejos de arrumbarlo en los arcones del olvido, esa nominación le confirió una inmortalidad que de otra manera no tendría, y también quienes afirman que su éxito y el olvido de su obra radica en asuntos de mayor complejidad que ese acto de nominación: acto salvaje sin ninguna duda y sobre el cual el psicoanálisis puede decir bastante. Es por eso que hemos tomado una opción política: nombrar siempre al escritor como Sacher-Masoch –y no “Masoch” como se desliza en tantos lados y tantas veces- haciéndonos eco de un fuerte planteo formulado por Jean Allouch y Vianney Piveteau.
Otro cantar es la valoración de la obra literaria de un autor, tema por demás complejo (que se produce en un entramado de hallazgos y gustos literarios, moda, crítica, recepción del público y otros varios factores): en todo caso no le corresponde al psicoanálisis expedirse sobre ello. Ese asunto está en otro territorio.
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El sector temático contiene una serie de artículos producto del trabajo de un equipo que durante más de un año se abocó a una minuciosa lectura de la obra de Sacher-Masoch y de otros autores, que se fueron abriendo en abanico a partir de ese centro. Versiones orales fueron presentadas en una jornada organizada por la elp en Montevideo, hace exactamente un año.
La sección se abre con Para una genealogía del llamado masoquismo, donde Raquel Capurro hace un recorrido que parte de la huella dejada por varios lectores (Deleuze, Krafft-Ebing, Freud). Se detiene especialmente en la lectura de Freud para demarcar continuidades y rupturas con sus contemporáneos y también para escudriñar en la figura del erotismo que nos presenta La Venus de las pieles. El artículo de Diego Nin -escrito en un estilo vintage que esboza un guiño a los tiempos de Sacher-Masoch- realiza un pormenorizado recorrido por la construcción de la teoría de la degeneración hereditaria y la necesidad de legitimación de la psiquiatría que desembocó en la creación de una nueva categoría de individuos, los perversos, y entre ellos, una de sus figuras estelares: el masoquista. Del desmontaje de esa construcción trata su trabajo y también de aislar un elemento característico y diferencial de lo que se ha nominado masoquismo.
El cuento de la felicidad de Gustavo Castellano –título de por sí abierto a varias lecturas- presenta el paisaje desde el cual fueron construidos los relatos de Sacher-Masoch para detenerse en cierta forma en que ha sido leída su obra y discutir la cuestión del ideal en la narrativa del escritor austríaco. Fernando Barrios parte de la lectura de Pascal Quignard y bajo los “efectos devastadores” de otra lectura, la de Stéphane Nadaud, cuestiona la idea de obra y autor como totalidades y se detiene en las categorías esbozadas por Quignard (estertor, tartamudeo, balbuceo) y la manera en que producen una muerte. Mauro Marchese se adentra en una interrogación: ¿qué quiere decir Gilles Deleuze cuando habla de “novela de amaestramiento”? Se topará entonces con sus relaciones con la Bildungsroman, subrayando la ejemplaridad de La Venus de las pieles, en este sentido. El artículo de Ana María Fernández se hace eco de la manera en que Deleuze define la cuestión del estilo e indaga en las peculiaridades de los procedimientos y de los indicios de lo que Sacher-Masoch hace con la lengua. Virginia Lucas toma como punto de partida la contribución intencional a forjar el propio mito del escritor, los escenarios y las teatralizaciones –incluyendo allí un estudio de las imágenes a las que frecuentemente recurre el escritor- planteando un punto de vista original con relación a la regla y a la solución. En Del contrato masoquista, Rubén Quepfert hace un pormenorizado recorrido por distintos aspectos del denominado “contrato masoquista” en sus relaciones con el goce erótico.
En la sección Lo que se lee, José Assandri comenta el libro de Ana Grynbaum La cultura masoquista, libro que ubica en la tradición de Dolor y placer de Robert Stoller pero ampliando un horizonte que nos toca de cerca: las prácticas S/M en el Río de la Plata, resaltando –entre otras peculiaridades- el nicho de mercado que estas prácticas han generado. Alma Almagro lee y comenta la novela de la escritora uruguaya Lalo Barrubia titulada con una frase extraída de nuestro lenguaje más cotidiano, Pegame que me gusta. Almagro abre la lectura, comenta y también dibuja sus propios juegos con la lengua.
Entre los documentos que presentamos en este número, aparecen unos Signos de Sacher-Masoch en los que es rescatada la figura de Havellock Ellis quien –en la misma época de Krafft-Ebing y de los primeros textos freudianos- se oponía a reducir las experiencias humanas a casilleros psicopatológicos, algo que le parecía una simplificación, aun cuando acarreara el riesgo de quedar pendiente de la incertidumbre. Demasiado opacado por otros nombres, recorrer los escritos de Ellis nos puede deparar más de una sorpresa.
Una traducción es un pasaje por una frontera entre dos lenguas y en el franqueo de una a otra se producen facilitaciones y dificultades, ganancias y pérdidas. En la sección Fronteras presentamos por primera vez en nuestra lengua el postfacio al reciente pasaje al francés de La Madona à la fourrure -así fue titulado el relato que Sacher-Masoch nominó Marzella o el cuento de la felicidad- escrito a dos voces por Jean Allouch y Vianney Piveteau –traductor de la novela- en el que los autores examinan muy de cerca las lecturas que nos han dejado Deleuze y Lacan sobre parte de la obra de Sacher-Masoch y se empeñan en ser fieles al “punto literario” demarcado por Deleuze en su célebre Presentación de Sacher-Masoch.