Hace ya algunos años al leer el argumento que convocaba a un simposio sobre la locura al cual fui invitada a participar, me asaltó la pregunta que titula este texto. El párrafo que la disparó decía así:
¿Por qué La locura? ¿Por qué ese nombre antiguo del cual Erasmo hizo el elogio? ¿Por qué ese nombre que el diagnóstico psiquiátrico de psicosis dejó en las sombras o desplazado hacia los extremos de la histeria? Porque nos encontramos con ella en ciertos bordes, en determinados momentos de los análisis, en vicisitudes de la transferencia. Porque volver a hablar de la locura nos descentra de las nosografías psicopatológicas y nos permite abordar las atipicidades, los desencadenamientos inesperados, abriendo la posibilidad de trabajar más allá de los límites nosográficos.
Estas frases vinieron a tramarse con algo escuchado a un estimado psiquiatra en una mesa redonda en la que departíamos, en Montevideo, sobre la relación entre psiquiatría y psicoanálisis, a partir de la disyunción de posiciones entre Henri Ey y Jacques Lacan. En esa oportunidad2, él formuló la pregunta que consideraba radical, pues su respuesta sería indicativa de la forma de posicionarse ante la locura: «¿aceptamos, sí o no, la existencia de las enfermedades mentales?» Percibí en ese momento que el plural se disolvía y me remitía, en forma tajante, a la originalidad de la posición que un analista pretende sostener para con quien viene a su encuentro.