Catherine Millot ¡Oh, soledad! (Raquel Capurro, 2016)

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El libro que nos regala Catherine Millot fue escrito durante un crucero mediterráneo, escritura de “vacaciones” después de un trabajo sobre Mme. Guyon que la autora acababa de entregar a su editor. El texto que nos entrega en la magnífica traducción de Beatriz Vegh, trasmite algo de esa quietud que ha interrogado en la mística del siglo XVII.

Curiosamente, sin embargo, este viaje que se anuncia tan placentero se ve sorprendido desde la primera noche por una pesadilla en la que retorna su padre ya fallecido. Como una campanada ese sueño anuncia al lector que los duelos no estarán ausentes en este viaje como la cara oscura y dolorosa de una apreciable soledad. Los muertos queridos y también las separaciones dolorosas del transitar amoroso harán sus presentaciones traídas ya por el hilo del relato, o – como en esta primera aparición- por ese hilo más misterioso que continúa, discontinuando, la vigilia con el sueño.

Los viajes se multiplican a medida que se avanza en la lectura y conducen al lector al descubrimiento de todo tipo de paisajes: las peripecias del presente se entretejen con recuerdos de otros tiempos, viajes, traslados, que anidan en el pasado de la escritora, en su infancia, en especial, la de una niñez sin raíces territoriales fijas característica de la vida de una familia de diplomáticos. También acuden a su memoria los viajes de su adolescencia, no sólo los desplazamientos espaciales sino con particular énfasis el viaje emocional de su primer amor.

Con este sesgo de aproximaciones y despedidas la soledad aparece pergeñada como experiencia espiritual fausta o nefasta, de interioridad apacible o tormentosa, gozosa a veces, angustiada y dolorosa otras.

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